Fuente: El correo digital
País: España
URL: www.elcorreodigital.com
06.12.2009
Gran parte de la Historia de Occidente desde la Edad Media se puede hoy rastrear gracias a los papeles que la Iglesia Católica ha acumulado durante siglos, un patrimonio de valor incalculable que custodian los archiveros eclesiásticos. Recientemente se han reunido en Bilbao profesionales de toda España para intercambiar impresiones y aportar soluciones a los problemas que presenta el día a día del oficio de archivero. EL CORREO charló con Anabella Barroso, directora del Archivo Diocesano de Vizcaya y anfitriona del evento, y con Bernat Juan Rubí, archivero de la catedral de Mallorca, para desvelar los secretos de una profesión desconocida y apasionante.
El archivo es el registro de la vida de una institución. Sin embargo, en los eclesiásticos se puede encontrar mucho más que la Historia de la Iglesia. Por la fuerte presencia que la religión ha tenido en todos los ámbitos de la vida social hasta hace escasas décadas, estos registros suponen un tesoro que permite radiografiar nuestro pasado en asuntos tan diversos como la demografía, la economía, la cultura o las mentalidades.
Coto de eruditos
Mucho antes de que existiera el Registro Civil, la Iglesia ya estaba empeñada en contar sus fieles; gracias a las actas de bautismos, matrimonios y defunciones se ha podido estudiar la población de muchas áreas de Europa. Los intercambios comerciales también han dejado rastro y, como apunta Bernat, «hay documentos en la catedral de Mallorca que demuestran que en plena Edad Media nuestros barcos llegaban a Grecia, el Mar Negro, Escocia o Flandes». Incluso la historia de la meteorología tiene mucho que agradecer a los archivos de la Iglesia, en los que se consignan rogativas realizadas en tiempos de sequías, aguaduchos o galernas. «Hasta el precio del txakoli», indica Anabella, «se puede encontrar en un archivo eclesiástico».
Tradicionalmente, estos almacenes de documentos han sido coto reservado a investigadores y eruditos. Hoy tratan de abrirse al gran público y convertirse en instituciones «accesibles» y mucho más dinámicas que un mero depósito. «Al archivo viene gente de todo tipo; investigadores, por supuesto, pero también personas que quieren conocer la historia de su familia o incluso hijos de emigrantes que buscan la partida de bautismo de sus bisabuelos para obtener la doble nacionalidad», explica Barroso. En el último año se han triplicado las solicitudes de información en el Diocesano de Vizcaya, «hasta el punto de que tenemos que dar cita previa», apunta su directora; «y hemos podido satisfacer el 85% de las peticiones».
Ejercer de «forenses»
«Bucear en un archivo puede convertirse en una aventura apasionante», asegura el archivero de la catedral de Mallorca. Según Bernat, «con los investigadores habituales hay buen rollo, se consultan cosas, se comentan los hallazgos.». El del archivero no es para nada un trabajo aburrido, «no nos da tiempo», dice Anabella. Además de atender al público, su día a día transcurre entre ordenar la documentación que llega, limpiarla -«a veces casi fumigarla»- y catalogarla. «De vez en cuando, lees cosas, tomas notas y vas elaborando tus propias investigaciones -confiesa Bernat-, pero el tiempo es escaso y el trabajo abundante».
A los archivos llegan documentos que, según Anabella, «son auténticos cadáveres, metidos en sacos, desordenados o muy deteriorados». Entonces, estos expertos tienen que ejercer de «forenses» para conservarlos y clasificarlos. «Sería importante que en el proceso de creación de los documentos se tuviera en cuenta que están destinados a archivarse -explica-. Eso nos ahorraría muchas horas».
El Diocesano de Bilbao, cuya sede está en Derio, tiene la suerte de contar con una plantilla fija de 11 trabajadores, pero es la excepción, ya que, generalmente, en los archivos eclesiásticos una o dos personas se encargan de todo. «Hay mucho que hacer, pero falta dinero», lamenta Bernat, que asegura que en este oficio «hace falta un poco de vocación». Las nuevas tecnologías han venido a mitigar en parte estas carencias y suponen una gran ayuda para catalogar o intercambiar información entre archivos, pero también se han convertido en una fuente de problemas.
Precisamente para poner en común esos problemas, unificar criterios y buscar soluciones se han reunido estos días en Bilbao profesionales de toda España. Ha sido en el I Seminario de la Asociación de Archiveros de la Iglesia. Este es su primer encuentro presencial y, en opinión de Anabella Barroso, «ha servido para poner cara a esas personas que trabajan en la soledad de los archivos».
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