• ¡A la hoguera con los libros!




    Fuente: Semana
    URL: www.semana.com
    País: Colombia
    Por: Julián Cubillos
    05.03.2010

    OPINIÓNPorque no todos somos fetichistas, porque no todos queremos atesorar.

    Como muchas madres, doña Lucrecia es una mujer muy pobre y trabajadora que se esfuerza por dar a sus hijos la educación que ella no pudo obtener. Es por esto que, año tras año, sacrifica una valiosa parte de sus ingresos para poder comprar los libros que sus hijos necesitan. Hace poco la vi, en compañía de uno de sus hijos, buscando los textos en una venta de libros usados. Por fortuna, ella encontró lo que buscaba, pero por desgracia, su hijo se disgustó porque el libro estaba ajado y rayado.

    —¿Qué es más importante: el contenido o la presentación? –le preguntó ella al niño, amenazando con estrellarle el libro en la cabeza. —¡Pues pa’ esa gracia busco las cosas en Internet! –respondió él con más valentía que temor.

    Doña Lucrecia, claro está, cree que lo más importante es el contenido. Yo pienso igual. Pero también encuentro algo de cierto en la postura del envalentonado hijo de doña Lucrecia y por eso creo que los libros impresos están mandados a recoger. Además, pienso que esta postura no es producto de una simple obstinación. En primer lugar, y por más trillado que esto suene, el daño ecológico que conlleva la fabricación del papel es realmente preocupante, ya que por lo menos el 55% de la celulosa (la materia prima fundamental del papel) proviene de la madera. En segundo lugar, es innegable que los libros tienen un alto costo, aun para las personas que cuentan con la fortuna de poder adquirirlos; costo que es todavía más elevado en Latinoamérica, puesto que nosotros generamos menos del 10% de la producción editorial mundial y, en consecuencia, nos vemos en la inevitable necesidad de importar grandes cantidades de libros.

    A estas razones bien podríamos adicionar otros factores negativos de los libros, tales como su deterioro, el espacio que ocupan y, por qué no, hasta su peso. Pero creo que, en esencia, son estas las dos razones más importantes para reevaluar la existencia de los libros impresos. Por lo menos estas son razones suficientes para señalar el verdadero problema del asunto, esto es, lo paradójico que resulta que nuestro medio principal de conocimiento sea, entonces, una de las causas principales de daño ecológico y pobreza; porque los árboles son la fuente de la vida y porque la ignorancia (producto de la imposibilidad de acceder a los libros) engendra miseria.

    Si esto es cierto, y si es igualmente cierto que lo más importante de un libro es su contenido y que éste debe ser accesible para todos, entonces debemos buscar la manera de que este contenido llegue al mayor número de personas, y a los menores costos y daños posibles. En mi opinión, una solución bastante prometedora para este propósito la podemos encontrar en los lectores de libros electrónicos (e-Readers). Estos aparaticos, poco más grandes que un celular y a un precio muy similar al de éste (no al de una ‘flecha’, por supuesto, ya que valen entre quinientos y seiscientos mil pesos), pueden almacenar cientos de libros en diferentes formatos. Con ellos, bien podríamos descargar libros de Internet y compartirlos con conocidos, amigos, familiares y, por qué no, hasta con doña Lucrecia.

    Hoy, mediante los lectores de libros electrónicos debemos pagar para descargar los libros; pero se trata de un precio mucho menor que el de un libro impreso y, lo mejor de todo, el libro descargado se puede compartir. En un mundo ideal los libros no deberían costar nada porque los autores podrían ser bien pagados por sus conferencias o conversatorios, y porque, para ellos, la publicación de un libro debería representar algún buen incentivo por parte de una institución (un mejor sueldo, por ejemplo). Pero este es el mundo real, un mundo en el cual existe la industria editorial y, más aun, la industria impresora que por supuesto de algo tienen que vivir. Digo “de algo”, no de todo, pues pienso que el libro electrónico es una buena forma de acabar con la mafia de estas industrias, cuyo fin principal es el de lucrarse y no el de difundir el conocimiento de la mejor manera posible.

    Así pues, imagínese usted que se masificara la producción de lectores de libros electrónicos y que se digitalizaran todos los libros. Esto reduciría notablemente los costos. Tanto de los aparatos como de los mismos libros. Esto propiciaría que, en lugar de comprar libros impresos para las bibliotecas de los colegios (libros que, con seguridad, se dañarán en menos de seis meses), los gobiernos compraran grandes dotaciones de estos aparatos y alimentaran su información de manera continua. Imagínese que ya nunca tenga que enfrentarse a la terrible noticia: “¡El libro está prestado!”.

    Esto es fácil de imaginar y con esfuerzo no es difícil de materializar. En nuestro país, por ejemplo, una alianza estratégica entre los Ministerios de Comunicaciones y de Educación, la Cámara Colombiana del Libro y las editoriales bien podría lograr que la gente pueda tener, en el futuro próximo, lectores electrónicos a muy bajo precio.

    Claro, siempre habrá quien sienta nostalgia por el libro impreso; habrá quien diga: “Yo sólo puedo leer en papel”, o, lo que es peor, “Yo prefiero leer en papel”. Supongo que, en su momento, también hubo nostálgicos de los rollos de papiro y de los grabados en piedra. Pero no es la pérdida de las formas cilíndricas o de los pergaminos lo que hoy realmente lamentamos del incendio de la biblioteca de Alejandría, es la pérdida de su contenido.

    ¿Cuál es, entonces, la nostalgia por el libro impreso? Hasta un efecto que simula “pasar la hoja” viene incluido en los lectores de libros electrónicos. Pero esta nostalgia, en mi intuición, obedece más a una suerte de fetichismo; a un deseo por apreciar y tocar un objeto que se concibe como invaluable. Es esto lo que mueve a algunos a comprar más y más libros, a atesorarlos en sus bibliotecas privadas y a lucirlos, como quien luce la cabeza del animal que él mismo cazó.

    - Oh, mi precioso! -es lo que parece repetirse el amante de los libros impresos.
    Es un hecho. El libro impreso es un lujo que nos cuesta cada vez más, que amenaza nuestra supervivencia y que denota una gran falta de conciencia social. No sugiero que debamos eliminar el papel, sugiero que debemos racionalizar su uso. Porque gran parte de la industria editorial está en contra de la educación en América Latina y, en consecuencia, está a favor del subdesarrollo.

    Por fortuna, no todos somos fetichistas. No todos queremos atesorar.

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