Fuente: ABC Digital
URL: www.abc.com.py
Fecha: 12 de julio de 2010
J. Montero Tirado
Los medios masivos de información y comunicación están haciendo posible que mucha gente, cada vez más, tenga acceso constante a una ingente cantidad de información. La radio, la televisión, los diarios impresos y ahora también los teléfonos celulares con sus múltiples servicios y la informática con internet, para quienes la tienen, están ofreciendo mucha más información de la que podemos digerir. Además las noticias nos llegan a tal velocidad que cuando todavía no hemos asimilado las noticias de ayer ya nos invaden las de hoy, cambiándonos los escenarios y los horizontes.
Tanta información y tan efímera nos sumerge en un contexto permanentemente renovado y agitado; un contexto provocativo, no solo informativo, sino también simbólico, pluricultural y social; un contexto evidentemente complejo y difícilmente abarcable.
¿Cómo sacar provecho de tanta información? La excesiva abundancia y nuestra impericia para manejarla no nos ayudan, porque la noticia por sí misma, la información como tal por sí sola no nos enriquecen, la información es útil cuando con ella construimos significados y somos capaces de convertirla en conocimientos.
Como la producción y el acceso masivos de información son un hecho reciente, la educación familiar y la educación formal no nos han preparado para vivir en su océano y sus olas. Pero como además de reciente es creciente, los educadores no pueden eludir su responsabilidad de educar para este estilo de vida que se nos impone y para saberse mover sin ser manipulados y arrollados por los aluviones de la información. Es decir, ya no hay excusas para que la educación siga sin hacerse cargo de esta realidad.
Ayudar a los niños a educarse para vivir en la era y en la sociedad de la información y el conocimiento requiere de otra clase de educación y educadores.
Salvo en zonas muy empobrecidas, “el déficit de nuestros estudiantes no es por lo general un déficit de informaciones y datos sino de organización significativa y relevante de las informaciones fragmentadas y sesgadas que reciben en sus espontáneos contactos con los medios de comunicación”.
Es muy difícil, continúa reflexionando A. Pérez Gómez (2009), que en este contexto de abrumadora información global, las nuevas generaciones encuentren una manera racional y autónoma de gobernar sus sentimientos y conductas.
El reto de la formación del sujeto, por tanto, es el de enfrentar la dificultad de ayudarle a transformar las informaciones en conocimientos, es decir, “en cuerpos organizados de proposiciones que ayuden a comprender mejor la realidad, así como en la dificultad para transformar ese conocimiento en pensamiento y sabiduría”.
¿Cómo hacerlo?
En primer lugar, todos los educadores, sean padres o profesionales de la educación, tienen que asumir este cambio sustancial del contexto, que se da en la actualidad y se ensancha para el futuro. Las variables en esta nueva situación son muchas y afectan fuertemente a los roles y relaciones de los educadores con los educandos (por ejemplo, estos últimos pueden tener más información que sus educadores). En segundo lugar los educadores tienen que manejar con soltura los lenguajes simbólicos y potencialidades de significación plural de mensajes de los medios de comunicación social. Y, desde luego, tener ellos mismos competencias de interpretación, expresión y comunicación actualizadas, que les sintonicen con los lenguajes de las nuevas generaciones.
En cualquier caso, ahora con más razón que antes, los educadores, padres y profesionales ayudarán en los procesos educativos de hijos y educandos en la medida en que tengan capacidad de cubrir el déficit que padecen los educandos, “de orientación y organización de sentimientos, de madurez emocional, de construcción de valores y de organización de conductas” (A.P.G., 2009,64).
La connatural curiosidad de los niños, adolescentes y jóvenes, su gusto por la novedad, su placer en el vértigo de los impactos, su docilidad ante el consumismo, su deseo de nuevas experiencias, etc…, son actitudes y comportamientos que les hacen permeables a cualquier clase de información, por eso mismo la educación debe colaborar con ellos para equiparles con competencias para la interpretación, el sentido crítico y la transición a los conocimientos.
Tanta información y tan efímera nos sumerge en un contexto permanentemente renovado y agitado; un contexto provocativo, no solo informativo, sino también simbólico, pluricultural y social; un contexto evidentemente complejo y difícilmente abarcable.
¿Cómo sacar provecho de tanta información? La excesiva abundancia y nuestra impericia para manejarla no nos ayudan, porque la noticia por sí misma, la información como tal por sí sola no nos enriquecen, la información es útil cuando con ella construimos significados y somos capaces de convertirla en conocimientos.
Como la producción y el acceso masivos de información son un hecho reciente, la educación familiar y la educación formal no nos han preparado para vivir en su océano y sus olas. Pero como además de reciente es creciente, los educadores no pueden eludir su responsabilidad de educar para este estilo de vida que se nos impone y para saberse mover sin ser manipulados y arrollados por los aluviones de la información. Es decir, ya no hay excusas para que la educación siga sin hacerse cargo de esta realidad.
Ayudar a los niños a educarse para vivir en la era y en la sociedad de la información y el conocimiento requiere de otra clase de educación y educadores.
Salvo en zonas muy empobrecidas, “el déficit de nuestros estudiantes no es por lo general un déficit de informaciones y datos sino de organización significativa y relevante de las informaciones fragmentadas y sesgadas que reciben en sus espontáneos contactos con los medios de comunicación”.
Es muy difícil, continúa reflexionando A. Pérez Gómez (2009), que en este contexto de abrumadora información global, las nuevas generaciones encuentren una manera racional y autónoma de gobernar sus sentimientos y conductas.
El reto de la formación del sujeto, por tanto, es el de enfrentar la dificultad de ayudarle a transformar las informaciones en conocimientos, es decir, “en cuerpos organizados de proposiciones que ayuden a comprender mejor la realidad, así como en la dificultad para transformar ese conocimiento en pensamiento y sabiduría”.
¿Cómo hacerlo?
En primer lugar, todos los educadores, sean padres o profesionales de la educación, tienen que asumir este cambio sustancial del contexto, que se da en la actualidad y se ensancha para el futuro. Las variables en esta nueva situación son muchas y afectan fuertemente a los roles y relaciones de los educadores con los educandos (por ejemplo, estos últimos pueden tener más información que sus educadores). En segundo lugar los educadores tienen que manejar con soltura los lenguajes simbólicos y potencialidades de significación plural de mensajes de los medios de comunicación social. Y, desde luego, tener ellos mismos competencias de interpretación, expresión y comunicación actualizadas, que les sintonicen con los lenguajes de las nuevas generaciones.
En cualquier caso, ahora con más razón que antes, los educadores, padres y profesionales ayudarán en los procesos educativos de hijos y educandos en la medida en que tengan capacidad de cubrir el déficit que padecen los educandos, “de orientación y organización de sentimientos, de madurez emocional, de construcción de valores y de organización de conductas” (A.P.G., 2009,64).
La connatural curiosidad de los niños, adolescentes y jóvenes, su gusto por la novedad, su placer en el vértigo de los impactos, su docilidad ante el consumismo, su deseo de nuevas experiencias, etc…, son actitudes y comportamientos que les hacen permeables a cualquier clase de información, por eso mismo la educación debe colaborar con ellos para equiparles con competencias para la interpretación, el sentido crítico y la transición a los conocimientos.
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